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¿Poderes extraordinarios? Ufff

Foto Rafael Peralta Romero 2Voces y ecos

Por Rafael Peralta Romero
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La relación ideal entre gobernante y gobernados es aquella caracterizada por la confianza de estos últimos en quien administra el Estado. Algunos actos del presidente Danilo Medina han menoscabado la fe de los dominicanos en su palabra y en sus actitudes. Con excepción de sus beneficiarios, la palabra del Presidente anda muy depreciada.

Medina demostró malicia desmedida para retener el gobierno por un cuatrienio que no le correspondía, conforme a la Constitución y a la ética política. Pero no sólo lo consiguió con malas artes, sino que recién iniciado el nuevo período de gobierno sus incondicionales pregonan que optará por cuatro años más. Es marcada su gulosidad de poder.

Es lógico, entonces, que un gobernante así origine suspicacia ante el pedido de poderes extraordinarios con el pretexto de afrontar los desastres causados por las lluvias en catorce provincias, circunstancia en la que cientos de personas perdieron ajuares domésticos y que la agricultura, carreteras y puentes sufrieron daños considerables.

El estado de emergencia, -artículo 265 de la Constitución- conlleva la supresión de derechos individuales y otorga potestad adicional al mandatario para la administración de recursos. Una característica muy propia de los gobiernos peledeístas ha sido precisamente el manejo antojadizo de los fondos públicos. ¿Para qué más?
La oposición política, medios de comunicación y entidades de la sociedad civil han considerado que a Medina no puede dársele más poderes de los que tiene, pero los senadores del Presidente, alegando la gravedad de la situación, aprobaron el pasado miércoles, en dos lecturas consecutivas, el proyecto de ley que autoriza la declaratoria de emergencia.

Me hago eco del artículo publicado ayer en el diario El Día con la firma de su director, doctor Rafael Molina Morillo, el cual reproduzco:
Recordando a San Zenón

Cuando Trujillo asumió la Presidencia por primera vez, de repente llegó el ciclón de San Zenón y arrasó con la capital, circunstancia esta que sirvió de pretexto y justificación para que el dictador pidiera poderes extraordinarios de emergencia que le permitieran actuar con rapidez en la reconstrucción del país.

Esos poderes le vinieron como anillo al dedo para hacer todo lo que le vino en ganas y quedarse con el santo y la limosna durante 30 años de oscuridad.
Se dice que las comparaciones son odiosas, pero no puedo evitar que mi pensamiento se enrumbe por los caminos tortuosos de la suspicacia, tratando de ver un paralelismo entre el ayer de San Zenón y el hoy de las inundaciones que azotan inmisericordemente al territorio nacional.

¿Y si al presidente de turno se le ocurre pedir poderes extraordinarios para acudir en ayuda de los damnificados sin tener que rendirle cuentas a nadie?

Reconozco que quizás estoy paranoico viendo fantasmas por todas partes. Pero todavía nadie ha demostrado que los fantasmas no existen.